—Me gusta cuando me llamas “amigo mío”
–me confió luego-.
Hay algo especial... como si lo más importante para ti fuera la amistad, y eso me gusta.
Es inteligente cultivar la amistad, ¿sabes?
Es sabio quien cultiva la amistad con las demás cosas creadas pues sabe que, aunque muy diferentes entre sí, están todas animadas por el mismo soplo de vida.
-Un ser sabio elige- continuó-.
Escoge el lugar donde posará su mirada y elige así su camino.
Elige ser feliz, y si la vida debiera elegir por él, elegiría para él lo mismo.
Su vida no es un accidente. Claro que a menudo también se equivoca... y le divierte.
Se da permiso para equivocarse y transforma el error en aprendizaje, porque es de sentido común que está inundada su sabiduría.
Un ser sabio es audaz.
Aún cuando sólo sea la satisfacción de hacer algo bien el único beneficio que se sobrepone al riesgo, obedece a sus propias normas y se arriesga.
Porque sabe que lo más importante no es la vida en sí, sino transitar con dignidad y audacia por sus cumbres.
(Agustín Corazonabierto, 1998)